miércoles, 6 de octubre de 2010

METAFÍLMICA DE OTEKA (3) - Cortometraje del Cruzado jugando ajedrez con la Muerte

por Javier OTK

El maestro de Metafílmica proyecta a Brigitte “El Séptimo Sello”, película bergmaniana fundamental, que inicia en el misterio apocalíptico de un contrastado cielo, cuyas nubes en vano intentan esconder la magnificencia del sol, porque su presencia se anuncia con “trompetas” de sonoridad carminoburanesca, profetizando que pronto dará a luz. Y al intimidar al presagio de la tormenta, una Paloma aparece dominando las alturas con su pacífico vuelo.

Voz en off:

“Y cuando el Cordero abrió el Séptimo Sello, en el cielo se hizo un silencio que duró el espacio de media hora”.

Corte a:

Bajo el silencio del cielo y frente a un mar en tregua junto a los peñascos, un caballero que regresa a su antigua Suecia después las Cruzadas, va de camino a casa, a enfrentarse no sólo con la temible peste, sino con aquel mítico encapuchado que se le presenta como la Muerte. El cruzado, para ganar tiempo a su vida, los reta (a la Muerte o al Diablo, según la invocación), a una partida de ajedrez.

El maestro de Metafílmica explica a Brigitte:

— Ese desafío que el personaje plantea a la Muerte, es también la audaz estrategia que, como realizador, Ingmar Bergman utiliza para robar al Juez Implacable (el espectador), el precioso tiempo que requiere para dar a luz —como el sol tras las nubes— su película… sin afectarle que la Muerte termine venciendo al cruzado; pues, al fin de cuentas, como director y maestro ajedrecista, al avanzar sobre el cuadrante del tablero y proyectar el último cuadro de su película, habrá logrado el triunfo en la partida narrativa que él considera la definitiva.

Corte a:

Entre jugada y jugada, el cruzado se confiesa ante quien supone es un cura tras el claustro.

El maestro de Metafílmica:

—Aquí, Bergman se apodera de la atención en virtud del diálogo fundamental que dramatiza el cuestionamiento de su metafílmica.

Antonius Block (el cruzado):

— Quiero confesarme con la mayor honestidad, pero mi corazón está vacío…

Corte a:

Los ojos verdes y rasgados de Brigitte, en la oscuridad de la sala, brillan.

El cura en la oscuridad bergmaniana:

— A pesar de eso, no quiere morir…

Antonius Block:

— Sí, quiero hacerlo.

El cura en realidad es la Muerte quien confiesa a Block, sin que éste lo advierta.

— ¿Y qué espera?

— Quiero conocimiento. (Block se arrodilla de espaldas a su confesor)… No fe, ni conjeturas, sino conocimiento. Quiero que Dios alargue su mano, descubra su rostro y me hable.

— Pero permanece en silencio.

— Lo llamo en la oscuridad. Pero es como si no hubiera nadie.

— Tal vez no haya nadie.

— Entonces la vida es un absurdo horror. Ningún hombre puede vivir enfrentando la Muerte, sabiendo que todo es nada.

— Casi nadie piensa en la Muerte ni en la nada.

— Pero un día uno está en la orilla de la vida y enfrenta la oscuridad… Debemos hacer un ídolo de nuestro miedo… y llamarlo Dios…

— Por eso juegas ajedrez con el Diablo.

— Es un táctico difícil y hábil, pero hasta ahora no he rendido una sola pieza.

— ¿Cómo puedes engañar al Diablo en tu juego?

— Juego una combinación de “obispo” y “caballero” que aún no ha descubierto. Expondré su flanco en la siguiente jugada.

El Diablo se vuelve y le muestra su rostro.

— Voy a recordar eso.

Block se pone de pie, mostrándole su enojo.

— Eres un traidor. Me engañaste. Pero nos volveremos a ver. Y descubriré un camino.

— Nos veremos en la posada…

El Diablo se retira y Block se autocontempla, inflándose de soberbia.

— Esta es mi mano. Puedo moverla. Mi sangre brota de ella. El sol aún está alto en el cielo. Y yo, yo Antonius Block, juego ajedrez con el Diablo.

Brigitte a su maestro:

— La cámara de Bergman sintetiza todo el diálogo de Block con el Diablo, en una imagen a la vez simple y muy compleja.

El maestro de Metafílmica:

— En efecto, pero pone en duda la eficacia del desafío que el cruzado plantea. ¿Qué puede ganarle Antonius al artífice del engaño y progenitor de la mentira?

Brigitte:

— ¡Poco!, porque al final, logre lo que logre el cruzado, el encapuchado se lo llevará —en su danza bufonesca— hacia su destino mortal.

El maestro de Metafílmica:

— Quien sí está interesado en que su eficacia trascienda, es Bergman. Porque más allá de hacer que su personaje entretenga al mañoso encapuchado, él mismo lo logra con el Juez Implacable (el espectador). Acaso prefiere, en vez de aclararle el sentido de la Vida, estremecerlo con la gravedad de sus representaciones simbólicas y enmarañarlo en las redes del vacío, las dudas y la oscuridad, como esas nubes que no abren el espacio suficiente para parir al sol… Aunque, para ser justos, la luz del sol sí alcanza a filtrar algunos brillos en las “visiones” que el sencillo juglar comunica a su joven, bella y algo escéptica esposa… Lo que es imprescindible reconocerle a Bergman, es que mediante su técnica metafílmica…

Brigitte:

—… me recuerda a la que usa Sherezada para ganarle tiempo de vida al sultán.

El maestro de Metafílmica:

— Sí, con su artilugio, Bergman alcanza a demostrar la relatividad del tiempo y de la duración de la vida, cuando logra parir los noventa y dos minutos pantalla que dura la versión de su Séptimo Sello, en ese apocalíptico silencio que dura el espacio de media hora.

Disolvencia a:

La cámara de la Metafílmica continuará su viaje hacia el interior de los verdes ojos de Brigitte… cuando la conspiración la cargue con otro rollo.


AVANZA A:

(4) Cortometraje desde el interior de una lágrima de Dios