por Javier OTK
Los verdes ojos de Brigitte, bajo las tiernas sabanitas de sus párpados, se agitan en el momento húmedo y climáctico de su ascensión onírica. Sueña que la Metafílmica es como un tálamo de piel, de pelos blancos, largos y sedosos, que envuelve su efímera desnudez, alivia su orfandad y la dispone al inevitable y humanizante encuentro con su amado. Por fin, ha reconocido que se ha enamorado, hasta la locura, de su maestro. Ya no puede, no quiere evitarlo, aunque él sea, todavía, un hombre casado. En la lejana selva chiapaneca, ella ha estado consciente de que, de día, podría pecar; pero, ahora, en la inconciencia de su estado nocturno, supone que si ahí consuma el acto amoroso, ningún confesor debería catalogarlo como una mortal fornicación…
Y es que no puede expresarle más su amor de otra manera, lo quiere manifestar ya no sólo con el lenguaje de su alma, sino con el de su cuerpo que también es parte de ella y que, de seguir negándolo y mortificándolo, estaría prolongando una ofrenda inútil y errónea que la haría pecar aún más, como quien elige el camino del suicidio… y porque además sabe que su maestro, hace años que no vive ni intima con su esposa, y por ello Brigitte cree que, al regresar, no habría culpa alguna en hacerle sensible, y no sólo inteligible, su amor tan femeninamente humano.
Corte a:
Pero mientras Brigitte se sueña en los cielos de su genuina y plena humanización como mujer, el televisor portátil de antena satelital que por descuido ha quedado encendido, en lo recóndito de la selva repite el insoportable martilleo de esa serie de comerciales de condones que hostilizan con su inclemente repetición del concepto “womanizer”. [1]
Corte a:
Los verdes, brillantes y rasgados ojos de Brigitte, a cientos de kilómetros de distancia, en una espléndida fotografía, son el punto de partida desde donde la cámara se abre para descubrir al maestro de Metafílmica, sentado frente a su escritorio en el cubículo del liceo al que dedica parte de su tiempo para impartir su cátedra y sus talleres, y que en este momento, aun cuando es un cineasta con múltiples ocupaciones, está absorto en esa foto que revela la belleza encarnada en su discípula. Sabe que pronto regresará de su viaje a Chiapas. Y él no puede seguir engañándose, pues está consciente de lo que siente por Brigitte. Su belleza, que Alguien tuvo que haber encarnado en ella, le dice que no puede negarse más a intimar… a comulgar con ella.
Corte a:
Brigitte continúa soñándose sobre el blanco tálamo. Está ansiosa de ofrendar su virginidad a ese hombre que le ha abierto los ojos a la luz y al calor que ahora experimenta en su persona entera. No comprende, ni puede aceptar, sintiendo lo que siente, y pensando lo que piensa, que alguien pudiera juzgar su anhelado acto, una vez consumado, aun en sueños, como algo sucio y pecaminoso. ¡No, no puede creerlo y mucho menos aceptarlo! Para ella, realizar su sueño sería alcanzar el éxtasis, donde la infinita comprensión de Dios compartiría con ella este sentido tan humano de felicidad extrema.
— ¿Podría existir un cielo mejor? —se cuestiona Brigitte—, ¿valorará Jesús resucitado, en el contexto de hoy, de igual modo que san Pablo, hace dos mil años, esos “pecados” de la carne… sobre todo cuando lo que mueve es el amor?
Corte a:
El maestro de Metafílmica, en el salón de proyecciones, muestra su antiguo cortometraje “Alegorías de la ciega y el sordomudo” [2] a sus alumnos.
Antes les ha pedido que lean el postguión [3] que él mismo ha escrito, treinta y tres años después de haber filmado la película.
— Cosa curiosa, ¿no? —les comenta—, pues lo que se acostumbra en el mundo del cine es lo contrario: que se hagan las películas con base en las novelas y sus guiones, y no al revés, los guiones sobre la base de sus películas.
Corte a:
Una parte de la secuencia de aquella obra metafílmica del maestro, penetra en el presente cortometraje de Brigitte:
La Ciega lleva la flauta a su boca y comienza a tocar una melodía algo misteriosa y triste, parecida a la que la fuente de agua le tocaba como un preludio del provocativo tema de su trauma.
El Sordomudo la mira, sin poderla escuchar, y la interrumpe quitándole, con suavidad y con respeto, la flauta de la boca. Ella acepta esta acción y se mantiene a la expectativa. Él coloca la flauta sobre el piso, a un lado del tálamo, y se acerca de nuevo a ella. La toma de los brazos, con delicadeza, por atrás, y la lleva a recostarse a su lado. Ella le responde con una pequeña caricia en el antebrazo. Él sigue sujetándola y ahora le toma la mano y se la lleva a su boca, para besársela. Enseguida le besa la mejilla y procura hacer lo mismo en la boca. Ella se deja besar, mas no en su boca, sino que se recoge sobre sí misma, tendida sobre el tálamo. Pero no se le ve cómoda con sus negativas; y, sin embargo, el Sordomudo la respeta, no la fuerza, le da su tiempo, mientras mira el fuego, como esperando que éste le comunique su don y encienda a su pareja.
Ella voltea hacia él y le pone la mano en la mejilla, como pidiéndole un beso. Él se acerca y se lo da en la boca. Se acarician suavemente; ella le tienta el cabello y el rostro; él, la cintura, y sube la mano hacia su seno, acariciándoselo con ternura, por encima del vestido. Pero ella está inquieta, no puede seguir; le retira con dulzura el rostro, y como mirándolo en son de paz, le dice con franqueza.
— No, no puedo…
Entonces, ella se recuesta de espaldas a él, como si sintiera la necesidad de encontrar el ancestral refugio, recogiéndose en una posición fetal, y repitiendo, con voz cada vez más baja:
— No puedo… no puedo.
Corte a:
Brigitte, recostada sobre el tálamo de piel, en su propio sueño, se sobresalta al recordar la escena de “Alegorías…”, y no está dispuesta a que le suceda lo mismo que a la Ciega. Brigitte, aunque también ciega al comenzar sus estudios en el liceo, ya no lo es, al menos ella lo cree así, pues ahora ve algo de luz y quiere que su maestro, como el Sordomudo de aquel cortometraje, con sus “lindas” manos de escultor, no sólo le modele el alma, sino que la acaricie en todo su cuerpo; pero sin que vuelva a manifestarse el fatal complejo de aquel Pigmalión que modeló a su mitológica Galatea, encarnando en ella solamente su sueño ideal, platónico, de belleza. Lo que Brigitte exige, es realismo… Y tras el orgasmo onírico, y metafílmico, la chica de los ojos glaucos, aun en sueños sobre el tálamo de piel, vuelve a cuestionarse:
— A los ojos del juez implacable [4], o de mi confesor, ¿será éste un “mal sueño” del que deba arrepentirme por haber entregado en él mi virginidad?
Corte a:
El maestro de Metafílmica ha acudido a la estación para recibir a Brigitte. Hoy llega de Chiapas y está convencido de que ella, al igual que él y sus mutuos amigos conspiradores, no sólo han soñado y fantaseado con realizar películas y con que se respeten los Acuerdos de San Andrés…
Disolvencia a:
La cámara de la Metafílmica continuará filmando los verdes, rasgados y brillantes ojos de Brigitte, y toda la belleza corporal que jamás podrá opacar su cuestionada virginidad… cuando la conspiración la cargue con otro rollo.
NOTAS:
[1]: El concepto “womanizer”, de condones “M”, pretende trasladar el término “humanizador” al género femenino, porque su traducción es semejante a “feminizador” o “mujerizador”. Esta campaña (2009-2010), esgrime una estúpida defensa a ultranza del género representado por un tipo de “mujer” moderna, cosmética e hipersensual, reducida sólo a responder a los íntimos estímulos metrosexuales que aseguran proporcionar esos condones “cosquilludos”.
[2]: “Alegorías de la Ciega y el Sordomudo”, filme en 16 mm., blanco y negro, 29 mins., dirigido y cofotografiado por Javier OTK; coguión y coedición de él mismo y de Sergio Román Armendáriz. Nominado al Ariel de 1978 que concede la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, en la categoría de cortometrajes de ficción.
[3] El postguión de esta película, en su versión electrónica, puede descargarse en el blog de Film-Oteka.
[4]: El juez implacable es, para Oteka, el espectador activo, el cinéfilo. (Véase la columna de Metafílmica en el no. “3” de Conspiratio).
AVANZA A: